13 años después del primer concierto, Emanuel Mora nos cuenta su historia con la banda mexicana
Han sido unos días muy intensos para los conciertos y los regresos esperadísimos. Todavía tengo los pies resentidos de esperar a Mon Laferte (que nos dio un show espectacular a las afueras del Estadio Nacional) y tengo varios moretes (hematomas/cardenales depende de donde uds sean) en los brazos y piernas tras ver a Austin TV.
Mientras la virtud de Mon es expandir su lenguaje, el contenido de sus mensajes y las paletas sonoras que explora, la de Austin TV ha sido explorar nuevos colores los paisajes musicales que pintan. Su última producción es bastante dulce y -como lo dijeron en el escenario el otro día- muy motivada por la necesidad de volver a conectar, de tomar el calorcito de las amistades y las conexiones humanas para sanar depresiones, ansiedades, adicciones. La sanación no es un acto definitivo, he aprendido: es un viaje constante. Pero dos conciertos en los que uno llora, baila y sonríe (sobre todo sonríe) bastan para sentirse bien encaminado.
Viendo ambos regresos y su poder de convocatoria (Mon por los miles, y los mexicanos por los cientos) me imagino que detrás de cada canción que suena hay una historia. Cada línea en el setlist envuelve la historia de una persona que asocia esa canción con algo especial. Para hablar del concierto de Austin TV le pedí a Ema Mora del Sello Furia y de la banda Adiós Cometa que contara su particular historia con la banda, el grupo que lo hizo tomar curiosidad por los conciertos de la escena indie y el grupo que ahora recibió en CR como productor. A Ema lo conocí en la universidad y siempre me ha gustado cómo escribe de historia, su curiosidad y minuciosidad; pero hoy no está repitiendo datos que encontró en una investigación: está regalándonos un pedacito de su historia y la de su amigo.
A Kendall
Julio del 2011
Mi buen amigo Juan Carlo tomó un bus en Ciudad de Panamá con rumbo a San José. Venía con la intención de ver una vez más a Austin TV, porque, al parecer, no era suficiente con escucharlos obsesivamente en CD, también había que verlos en vivo.
Los conoció un año antes, cuando los mexicanos tocaron en la soleada capital de su país, y se había hecho tan fan, que no quería perderse el chance de vivirlo otra vez; aún y cuando eso implicaba un viaje de 8 horas y una interminable y siempre tediosa parada en la frontera. “Después del concierto hablamos y nos hicimos compas”, decía, y yo no le creía.
Kendall y yo lo recogimos en la parada de Ticabus. Juan Carlo regresaba visiblemente emocionado y yo no entendía exactamente por qué. Para ese entonces mi mente se había extendido un poco más allá del metalcore y hardcore en que me había consumido en los años anteriores y ya estaba medio familiarizado con el post-rock. Algo había escuchado de Austin TV (recuerdo que la canción "El Secreto de las Luciérnagas" me fascinaba) pero no lo suficiente como para querer ir al concierto. Igual, de todas formas, no iba a conciertos. O al menos no de “indie”: estaba un poco prejuiciado con esa escena y -pensaba-, no era mi ride. Kendall igual. Se había venido a vivir a Alajuela desde Guápiles para estudiar foto en la UTN e íbamos a chivos de hardcore y cosas así, en una época en que los había casi todos los fines de semana. Nos habíamos conocido unos años antes en MySpace gracias a un blog de descarga de música que él manejaba. Le encantaba el punk y era muy llevadero. Cuando se mudó a Alajuela, mis amigos rápidamente se hicieron sus amigos.
No era la primera vez que Juan Carlo venía a Costa Rica, pero igual nos pidió caminar por la Avenida Central, así que Kendall y yo lo llevamos. Recuerdo que se burló de la falta de edificios altos en la capital y yo le devolví alguna mala broma, en el fondo ofendido. De repente, emocionado, se dirigió a un grupo de personas que caminaban cerca y que lo saludaron animadamente. No andaban puestas las máscaras, así que jamás lo hubiera imaginado. Eran los Austin TV.
Integrantes de Austin TV, Niño Koi y nuestro protagonistas paseando por San José.
“Mirá, yo no le creí, jaja”.
Andaban conociendo San José con una amiga en común y nos invitaron a unirnos a su grupo. Seguimos caminando por la Avenida Central y uno de ellos (ahora sé que fue Chavo, uno de los miembros fundadores de Austin TV, que decidió no participar de la reunión de la banda en 2022). Él se mostró muy interesado en la historia del país y era mi tema, así que conversamos un buen rato. Tengo el recuerdo vívido de estar frente al Teatro Nacional contándole que alguien alguna vez se había dicho que San José era una pequeña aldea con un gran teatro. Y le hizo gracia. Después de un rato conversando, nos tomamos todos una foto en la Plaza de la Cultura, nos despedimos y Chavo nos preguntó a Kendall y a mí si íbamos a ir al concierto. Le dijimos que no, pero que estaría bueno. Nos contestó que llegáramos, que él nos ponía en la lista. Dijimos entonces que de fijo sí.
Austin TV en Amón Solar, 2024. Fotos por Adrián Mora.
Julio del 2011 (pero al día siguiente)
Como buen estudiante universitario, no tenía ni un cinco. Pero Juan Carlo puso plata para gasolina y nos dejaron llevar el carro de mi papá. Recogimos a Kendall en Alajuela y nos fuimos a Club Vértigo para el primer aniversario de la emisora entonces conocida como 104.7 Hit, el sábado 30 de julio, para ser exactos.
Juan Carlo entró sin problema, tenía entrada. A Kendall y a mí, en cambio, no nos dejaron entrar. No había nada en la lista para un guapileño y un alajuelense que supuestamente habían conocido a la banda. Kendall logró que le llamaran a Chavo y él muy amablemente se disculpó, pidió un momento y volvió con un billete de 10 y uno de 5 para que compráramos entradas. No era suficiente, pero entre lo poco que andábamos y algún billete que algún conocido nos prestó, lo logramos.
Ya era tarde. Estaba tocando Parque En El Espacio y nos habíamos perdido a Niño Koi.
“De las pocas cosas que recuerdo de esa fecha es que la tarima del local era muy alta, como que no estaba hecha para conciertos”, me diría el Rata, bajista de Austin TV, 13 años después, cuando le pregunté qué recordaba de esa noche.
Mis recuerdos también son borrosos, como suelen ser los de los buenos conciertos. Recuerdo que en aquel atípico escenario entraron 5 personas vestidas de hoja de árbol y nos explotaron la cabeza a todos los presentes. Hoy veo un setlist de aquella noche y cuento 17 canciones. Fue largo, pero se pasó en un instante. En cierto punto yo, entonces agnóstico de los conciertos indie, dejé cualquier pena y estuve bailando, brincando y moviéndome como nunca lo había hecho antes.
Durante mucho tiempo esa noche fue nuestra anécdota.
Mayo del 2024
Pasaron 13 años, estoy a punto de volver a ver a Austin TV. Solo que esta vez el chivo lo organizo yo. Las vueltas que da la vida. Y también las que da la muerte. Austin TV murió, se fue por 10 años, pero volvió. Kendall, en cambio, se fue hace 2 años y no volvió más.
La penúltima vez que lo vi fue aquí mismo donde estamos recibiendo a los Austin, en Amón Solar. En algún punto volvió a Guápiles y aunque manteníamos constante comunicación por redes sociales ya no nos veíamos tan seguido. Esa vez coincidimos en el concierto de Taking Back Sunday y lo encontré diferente, muy cambiado. Se veía enfermo. Unos meses después escribió para contarnos sobre cómo iniciaba un confuso tratamiento que culminó con su muerte en el momento menos esperado del proceso, a los 30 años de edad.
Cuando me ofrecieron hacer el concierto, lo primero que pensé fue en él. Dije de inmediato que sí. Honestamente no había escuchado con atención el nuevo disco, por lo que decidí hacerlo: comienza con una canción que se llama “Todo Final Es También Un Comienzo”.
Y aquí los tengo, al frente, otra vez, como en aquel julio de 2011. Podría decirse con seguridad que soy, en muchos aspectos, otra persona. Están tocando “Ella No Me Conoce” y al lado mío una chica comienza a llorar desconsoladamente, como quien llora una muerte. Y posiblemente lo hacía. La música que sale de aquellos cinco músicos vestidos de blanco, con máscaras de luchador mexicano y barba de tiras rosadas, llega a rincones que uno ni sabe que existen. Es curioso, pero irradian empatía, aún y cuando no es posible verles la cara. “Qué loco, las máscaras hacen verles los ojos como si lo estuvieran viendo a uno fijamente”, me susurra un amigo, y tiene razón.
A la chica la abraza quien supongo es su pareja y ella sigue llorando toda la canción. El ambiente es casi solemne. Nadie se atreve a romper el silencio.
Tocan por hora y media, ¿o más?, y las casi 300 personas que están en Amón Solar pasan de la nostalgia a la euforia y prueban un poco de todo lo que hay en medio. Es cliché decirlo, sí, pero qué montón se puede decir sin palabras.
El último disco de Austin TV, Rizoma, parte de una idea vertebral: “Todxs somos parte de un total”, y ahí, en ese momento, podemos sentirlo. Es casi un ritual. La música sana. “Ojalá salgan con una amistad nueva”, dice Rata, bajista de la banda, entre canciones. Y creo que la música sana, en buena parte, porque nos permite hacer amigos.
Un día de estos, de forma random, pensé en él. En cómo, al tiempo, nos convertimos en fantasmas. Un amigo en común me envió una foto de una mata de flores rojas que Kendall le regaló.
La mata sigue floreando, año tras año.