Arturo Pardo nos cuenta cómo fue volver a los conciertos de la mano de un despliegue único en Costa Rica.
Este fin de semana tuvimos el privilegio de ver a Coldplay en Costa Rica por primera vez. Fueron dos días de conciertos con los que iniciaron su gira Music of the Spheres y con los que le dijeron al mundo “tqm Costa Rica, nunk kmbies”.
Antes de los conciertos he estado trabajando con Arturo Pardo un podcast llamado Páseme el Setlist, en el que repasamos el éxito de la banda y hasta conversamos con Mishcatt, la tica elegida como telonera.
Del concierto solo nos quedan recuerdos y una que otra foto, pero quisimos terminar este experimento con un episodio especial para recordar lo mágico que fue e incluso escuchar la voz de Chris Martin pidiéndonos que vivamos el momento y diciéndonos “costarricanos”.
Pero no podíamos quedarnos sin tratar de resumir un poco de lo que se sintió estar ahí y ser parte de ese evento histórico.
El concierto perfecto no existe
El concierto perfecto no existe. O, por lo menos, no como para decidirlo por consenso. Lo que sí existen son los espectáculos redondos, a los que cuesta rebatirles su calidad si se desmenuzan. Hay quienes tildan esas experiencias como inolvidables, algo que solamente lo define el tiempo. El tiempo y la memoria.
Veamos como ejemplo el primer concierto de Coldplay de su gira Music of the Spheres, justamente en Costa Rica. Justamente en nuestras narices.
Podríamos apostar que, con el paso del tiempo, la memoria visual conservará la abundancia de colores y formas, las imágenes en las dos pantallas circulares de alta definición, la policromía de los juegos de luces, la orquesta de miles de pulseras iluminándose en sincronía a lo largo y ancho del Estadio Nacional por dos días. Esos brazaletes nos recordaban, con cada tintineo, que éramos parte activa de la magia.
La memoria auditiva seguramente conservará la voz de Chris Martin amplificada, nunca antes tan cercana al oído de nuestro país; también recordará el coro masivo cantando fuertemente Para – Para – Paradise , o la escena de un estadio lleno coreando el emocionante “oooh oooh oooh” extraído de la canción "Viva la Vida". Nuestras voces, unidas, con o sin afinación, eran narradoras del efecto maravilloso que logra evocar cada canción.
La memoria emocional sintetizará el efecto de todas esas estimulaciones musicales y visuales, a veces en un sentimiento de fiesta, como durante A Sky Full of Stars, cuando no brincar parecía inevitable, o la nostalgia contagiosa en medio de Fix You, casi al final de la lista de canciones, dándonos un momento sublime para lagrimear.
Hubo espacio para las sorpresas, con la ejecución inesperada de la Patriótica Costarricense o el éxtasis con Clocks, pero la sorpresa más grande era poder estar ahí presente. Pertenecer.
Sería injusto resumir el concierto de Coldplay en dos horas de música, o simplificarlo a un setlist de 27 canciones. No se puede ser así de frío y pretender sintetizar en cifras una experiencia que, a todas luces, fue mucho más que un simple y llano show musical.
Lásers, pirotecnia en tarima, juegos de pólvora, lluvia de confeti recortado en formas, máscaras alienígenas, un títere que cantaba, más lásers, bolas que rebotan sobre el público, una pasarela recorrida hasta el cansancio. Todo esto es parte de un show maravilloso que atrapa desde la salida de la banda a escenario y que sigue obligando al espectador a concentrarse en el presente fantástico, multicolor, brillante, asombroso.
Si existe una prueba de laboratorio del porqué de la relevancia longeva de la banda inglesa, esta tiene la forma de un concierto y, de repente, de repente, con fecha de marzo 2022.
Por alguna razón, en medio de tanta parafernalia, sus miembros no dejan de verse accesibles.¿Cómo era posible que Chris Martin, Guy Berryman, Johnny Buckland y Will Champion estuvieran ahí no más en la Sabana? ¿Cómo era posible también que estuviéramos ahí en conjunto 40.000 almas?
Este concierto, además, incluía algo especial, significaba una fuente para saciar la sed de libertad tras dos años sin conciertos masivos. En torno a la música, era un punto de reunión para el desahogo, para darle cabida a la esperanza.
Después de tantos sentimientos que necesitaban ebullir tras dos años de reclusión, podría creerse que la emoción a flor de piel tras pocos días de ver aquel show es un engaño al corazón. Podríamos dejarnos convencer de que, efectivamente, este ha sido el mejor concierto que ha visto Costa Rica. La respuesta no será absoluta, tampoco será definitiva ni inmutable.
El tiempo lo dirá, quizá en 30 minutos, quizá mañana, o hasta en el 2025. Tal vez el concierto perfecto sí existe y cada quién tendrá el suyo. Tal vez el de alguien ya ocurrió, pero para otras personas fue este y, para alguien más, ese concierto algún día llegará.