Pablo Zamora nos cuenta por qué este género es tan relevante en este momento.
K-pop, mejor conocido como “el género musical por el que todo el mundo discute” es ineludible. El 1.º de junio las tiendas de McDonald’s en Costa Rica se van a llenar de fanáticos de BTS, mejor conocidos como ARMY, para poder comprar el menú especial de sus idols.
¿Son los dummies del título todas estas personas que irán a hacer fila para comprar un combo de nuggets con salsas especiales? No lo creo. Puede que los dummies seamos los que no entendemos el K-pop, un género cuya popularidad nos supera todos los días. Y de eso se trata el primer texto invitado en LA NECEDAD: de facilitar la información que a muchos nos ha costado encontrar.
No es fácil. Siempre habrá alguien que sepa más de K-pop (y en realidad de cualquier género, siempre alguien sabe más). Pero LA NECEDAD no se trata de criticar a los que no saben o a los fans obsesionadxs. Se trata de *compartir* y hacer un puente entre los que saben y los que siempre queremos aprender.
Les presento entonces a Pablo Zamora: bailarín, moraviano, casi abogado, estudiante de historia del arte y fan del K-pop. Él acudió a mi invitación para escribir en este espacio sobre por qué el K-pop es más de lo que vemos en la superficie.
Blackpink (o mejor dicho, el K-pop) is the revolution
Mi primer encuentro con el K-pop fue en el colegio cuando una compañera del grupo de baile pidió que incluyéramos en una presentación una coreografía de “I Got a Boy” de Girls Generation y honestamente, amé. Luego, temas como “Trespass” de Monsta X y “So Hot” de Wonder Girls se volvieron una dosis de energía necesaria en el camino del colegio a la casa.
Pero no fue hasta que vi el performance de Blackpink en Coachella 2019 que quedé enamorado. Luego de ver su interpretación de “Kill This Love”, sus vestuarios y sus coreografías, me dejaron convencido de que este género musical es una bestia, en el mejor de los sentidos.
Desde la década pasada el K-pop ha acaparado un sector bastante grande de la industria musical a nivel mundial. Desde el icónico “Gangnam Style” de Psy hasta “Dynamite” de BTS, el movimiento ha tenido múltiples apariciones en las listas de popularidad.
Sin embargo, es común ver comentarios que señalan lo superficial o sobreproducido que es este arte. Creo que afirmar esto es ignorar el contexto en el que este género se desarrolla y el intenso entrenamiento al que se someten los idols para siquiera poder debutar.
Un poco de historia
Durante la década de los años 80 hubo impedimentos para el desarrollo musical de las y los artistas de música popular de Corea, quienes estaban muy influenciados por la música occidental y japonesa. El gobierno surcoreano censuró canciones por ser contrarias a los valores esperados en su sociedad, “simpatizar con Corea del Norte” o “ser vulgares”. En esa época, cualquier mujer cantante era considerada vulgar sin importar de lo que hablaran sus letras.
Algunas de las canciones que resultaron en más escrutinio fueron “Tonight (김완선)” de Kim Wan Sun (de 1986) y “민해경 – 사랑의 절정” de Min Hae-Kyung (de 1981). En ambos casos, se censuraron los tracks por contener propaganda occidental y ritmos influenciados por las culturas japonesa y estadounidense (afroamericana). Asimismo, las cantantes sufrieron acoso por parte de políticos coreanos (eran sexualizadas y objetificadas) y el rechazo de las empresas televisivas que se negaban a difundirlas.
El K-pop siempre ha desafiado el status quo coreano, como ahora lo hace en el resto del mundo. La censura del gobierno coreano se dificultó con la llegada de la era digital y la industria musical comenzó a despegar hasta apoderarse del mercado global. Las empresas televisivas recibían pagos e indemnizaciones para no transmitir el contenido que el gobierno quería censurar perdieron relevancia en el momento en el que el K-pop llegó a su hogar actual: YouTube.
Contra la corriente
Una vez que el mundo se familiarizó con el K-pop por medio del “Gangnam Style” de PSY en el 2012, la revolución del género echó a andar una nueva era para la industria musical.
Estilísticamente, el pop coreano posee beats pegajosos y videos llamativos con coreografías de alto nivel en las que se demuestra la agilidad y preparación de cada artista. Muchos critican la melodía y letra de canciones de K-pop por ser arreglados para inducir una reacción viral de los fans (pero todo artista pop podría ser acusado de hacer lo mismo).
Del K-pop siempre se puede esperar melodías pegadizas y frases sencillas en coreano o inglés y esto da la impresión de que se preocupan más por la forma que el fondo, pero creo que la dinámica musical y performática del género trasciende en muchos otros aspectos. Tener esa capacidad de hacer canciones pop y lograr romper récords de streaming y ventas con cada una de ellas es un talento innegable; esta popularidad no demerita su talento ni significa que tengan menos capacidades que otros artistas.
Con el paso del tiempo, las y los cantantes pasaron de ser considerados “vulgares” a ser denominados idols. Este término surge tras la división de las dos Coreas, en un momento en el que los surcoreanos empezaron a celebrar a las personas con dinero. Y el K-pop, sobra decir, es muy rentable.
La creciente legitimidad social del K-pop hizo que el gobierno pasara de la represión a las medidas para beneficiar su creación y difusión, pues es una buena herramienta de propaganda. Quizá es difícil de dimensionar desde lejos, pero en Corea del Sur, el político que celebre las canciones de ciertos idols tiene muchos votos asegurados.
Aunque ahora existe apoyo gubernamental, se mantiene un doble estándar en el rol de las mujeres en la industria y la sobreprotección de las compañías de K-pop hacia sus grupos. La apertura de los artistas hacia su público nos ha dejado conocer las humillaciones que pasaron muchos vivieron en los años 80 y 90, así como la cultura de maltrato que persiste hacia los trainees, quienes audicionan para ser artistas y entran a este exigente sistema desde la adolescencia con la esperanza de ser parte de algún grupo.
Agust D, mejor conocido como SUGA de BTS, describe en su canción “Daechwita (대취타)” cómo las grandes corporaciones de la industria coreana le hicieron más difícil el ascenso a él y su grupo musical por no ser considerados idols “de verdad”, ni aspirar a serlo. SUGA agudizó las críticas en el videoclip de la canción, al señalar cómo la dinámica del poder no ha cambiado en Corea desde los períodos dinásticos.
Las polémicas alrededor del K-pop no han cesado. El año pasado Blackpink se vio envuelto en un escándalo por su sencillo “Lovesick Girls” debido a que Jennie, rapera principal del grupo y coescritora de la canción, utilizó un traje de enfermera en el video. El Sindicato Coreano de Trabajadores de la Salud y la Medicina consideró que su actuación sexualizaba y humillaba a las enfermeras, lo que llevó a YG Entertainment (empresa que creó el grupo) a editar parte del video.
Lejos de dejarse callar por las críticas, la rapera apareció en una presentación de su canción “Pretty Savage” usando un pantalón con la palabra CENSORED en protesta a las acusaciones que se le realizaron, un claro clap back al trato que históricamente se ha dado a las cantantes de pop en ese país.
Por su parte, Jackson Wang dio en el 2019 una entrevista en el programa de del estadounidense Zach Sang, donde enfrentó al locutor preguntándole por qué la industria cree que el K-pop es artificial o sobreproducido, cuando él y el resto de los miembros del grupo GOT7, escriben y producen gran parte de sus canciones y estuvieron durante años educándose y entrenando para ser los artistas que son hoy.
Wang lo explicó con elocuencia: “Creo que el K-pop es fuerte porque realmente nos comunicamos con los fans. No digo que a los otros artistas no les importe, es que simplemente nosotros entendemos a los fans. Tenemos las señas de los fans, tenemos muchos eventos para conocernos, solemos estar muy cerca de ellos”. El K-pop ha derribado barreras y es por eso que sus fans tienen un vínculo tan fuerte con todo lo que estos músicos, raperos, bailarines y cantantes hacen.
La revolución
Desde afuera, pareciera que la sociedad coreana está asumiendo un nuevo papel como exportador de cultura popular, incluyendo las industrias de moda, los k-dramas (televisión) y en especial la música.
Hoy el éxito global del K-pop desafía la idea de que para hacer arte político, este debe ser complejo o cumplir con ciertas expectativas, pues desde la visión y creación del K-pop, el arte más revolucionario es aquel que puede gustarle y llegarle a todas las personas sin importar su edad, creencia o proveniencia.
El K-pop es un fenómeno mercantil y artístico complejo, pues al llegar a más personas, las y los artistas no solo democratizan el arte y difunden mejor sus mensajes, sino que sus promotores pueden llevar a cabo mejores negocios. Sus historias demuestran que el pop sigue teniendo la capacidad de cambiar el mundo como lo hicieron en su momento Madonna o Lady Gaga. Una vez más es la música pop –y no un gobierno– es quien está remodelando la sociedad globalizada.
Blackpink afirman en sus canciones que ellas son la revolución, porque traen consigo un bagaje cultural fresco y entretenido, por eso no me sorprende que con cada canción que publican, superan récords como si fuera algo sencillo de hacer. Lisa, rapera y bailarina principal del grupo, dejó claro en el documental Light Up The Sky (Netflix, 2020) que no le interesa saber si algún grupo más joven rompe sus marcas, porque ellas ya dominaron la escena mundial y han hecho el arte que quieren hacer con la calidad que quieren darle al mundo.
El K-pop es negocio y es protesta. Para entenderlo solo hay que intentar escuchar más allá de la pegajosa melodía de “Ddu-Du Ddu-Du (뚜두뚜두)”.