Cuentos de cuando nos daba pena perrear.
Antes de empezar, quisiera compartirles este podcast/análisis de los mejores videoclips costarricenses del 2020. Yo sé que estamos en abril (casi en mayo) pero esta conversación estuvo MUY AMENA y si le dan play van a conocer un poco más de los artistas que están sonando –al menos en YouTube– en Costa Rica.
Para ser un año pandémico hubo muy buenas producciones y fue un lujo compartir con Bando, Meche y Fauh de Langosta Arcoiris.
Ojalá que lo disfruten.
También les adelanto que el 26 de mayo es el aniversario de LA NECEDAD y estoy escribiendo esto para comprometerme públicamente a hacer *algo* interesante e interactivo pero sin ignorar que estamos viviendo una crisis sanitaria. Luego vendrá más info.
Ahora sí, el manifiesto que he venido pensando desde hace como 15 años.
Legalize Dembow
Yo no fui al primer baile del cole. Es decir, no fui al primer baile que organizaron cuando entré a la secundaria. Simplemente no le vi sentido. Mis amigos hablaban tan mal del reggaeton y del perreo (son dos cosas muy distintas) que asumí que ninguno iba a salir un viernes por la noche a bailar. El problema es que sí fueron.
El lunes siguiente toda mi clase hablaba al respecto y mis amigos —en su mayoría rockeros— habían asistido y eran parte de la conversación. Yo no. Siempre digo que no quiero morirme joven por el FOMO de perderme una buena fiesta y claramente, en esa ocasión, me perdí de una de las mejores experiencias que podía ofrecer mi colegio católico.
Si a uno le gustaba la música en el 2004-2005, uno tenía alguna opinión sobre el reggaeton. La mayoría de esas opiniones eran negativas y esas personas a las que les interesaba hablar de reggaeton peleaban solas. A los que sí les gustaba el reggaeton preferían disfrutarlo que discutirlo.
Esto lo sé porque yo me encontraba en el grupo de los que lo discutía y jamás olvidaré que un compañero, Edgar Guillén, hizo el mejor argumento a favor. Yo decía que el reggaeton no podía ser bueno si el video de “Ven Bailalo” de Angel y Khris era absurdo y de bajo presupuesto. Él era mucho más sensato: “pero si ponen esa canción en una fiesta, todo el mundo se matizaría demasiado”, o algo así me dijo.
Tenía razón.
Al siguiente año sí fui al baile, por supuesto. Seguro me vestí con los jeans de siempre y unas converse negras con llamas azules que nunca me quitaba. Recuerdo ver a varios adolescentes mezclados con crews de gente que no estaba en mi colegio y que posiblemente no iba a ningún colegio.
El gimnasio del colegio estaba todo oscuro, solo iluminado por las luces que llevaba el DJ. Olía a colonias (en plural) y en la oscuridad se podía ver los puntitos anaranjados de los cigarros que algunos aventurados inhalaban. En medio de las luces y el humo había siluetas de todos tamaños bailando, acercándose y alejándose.
Ese día conocí la magia del círculo, ese espacio fraternal en el que mis compañeros rockeros y yo podíamos movernos como Guns N’ Roses nunca nos dejó. Ese día muchos pubertos descubrimos nuestras caderas. Y las ajenas, claro.
Mis compañeros iban de grupo en grupo para reportar cómo se veía fulana, qué estaba haciendo y con quién lo estaba haciendo y recuerdo decirles que no me interesaba. Al círculo no le interesaba.
Ahí fue la primera vez que lo experimenté aún sin tener las palabras: Legalize Dembow.
Suelta como gavete
El lunes siguiente había chismes de quién había hecho qué con quién. De quién bailaba con todos y quién nunca se animó. Había mucha burla y no dejo de pensar en cómo ver esa libertad en las mujeres le ardía a mis compañeros.
Las mean girls del colegio podían defenderse entre ellas, decirle a los que señalaban que al menos ellas tenían con quién bailar, pero para muchas otras haber perreado les confería una letra escarlata. Una “P” de perreo, una “P” de puta, una “P” de pola.
Pola o polo, para los que no crecieron en Costa Rica, significa lo mismo que “naco” en México, “chopo” en República Dominicana. En fin, había mucho shaming hacia quienes disfrutaban el reggaeton en los dosmiles, y no dudo que todavía lo haya, pero en esa época criticar el reggaeton casi desbanca al fútbol como el deporte latinoamericano. La gente se alegraba de que en Cuba prohibieron cualquier clase de reggaeton (como si la censura fuera algo para celebrar).
Mis amigas lo disfrutaban pero no pocas lo denominaban un guilty pleasure o una polada, algo de chatas.
Chatas (derivado de la palabra jamaiquina shottas) son los tipos que se vestían como salidos de videos de Daddy Yankee. Es una etiqueta bastante clasista, por supuesto, porque en esa época nadie asociaba a los protagonistas de un video de reggaeton con gente cool. En esa época –a diferencia de en el 2021– ningún artista global se peleaba por salir en un video de reggaeton.
Pero lo disfrutábamos, a escondidas o intencionalmente. Jugábamos de que nos sabíamos canciones “porque suenan en radio”, “porque las oigo en el bus”, todos con diferentes excusas para poder gritar en paz DALE, DALE, DON DALE.
Creo que fue en esa época en la que dejé de creer en que existen los guilty pleasures. El reggaeton no podía ser exclusivo de los polos o “chatas” si era evidente que todos lo vivíamos igual. La pista era horizontal.
Flash forward al 2021, en donde la gente ya no baila reggaeton rodeada de extraños pero porque no la dejan. El reggaeton es ahora un género global y después de “Ginza”, sabemos que si alguien necesita reggaeton, pues hay que darle. Y después de “Despacito” nos enteramos que el mundo entero lo necesitaba.
El orgullo por el reggaeton incluso ha iniciado persecuciones en contra de los que usan su nombre en vano. Ahora la gente incluso dice que el único reggaeton bueno es el viejito, el que grabaron Tego, Daddy y Don Omar, que todo lo demás es moda. Ahora los artistas sí se pelean por hacer reggaeton y por quién hace el reggaeton más “trve”, como si se tratara de una conversación de metaleros en el 2005.
Hace unos días vi comentarios en YouTube de gente basureando a otra gente por decir que Kali Uchis es latina, pero a la vez alegrándose que no es latina (?) porque si fuera latina su música sería reggaeton (???).
Hoy el reggaeton es tan importante para Latinoamérica que hay quienes quieren “privatizarlo” o pedirle pureza (gatekeeping) a la gente que lo quiere disfrutar y usan las estrategias retóricas más raras para evitar incluir a artistas nuevos en el movimiento.
Yo veo con malos ojos a las personas que se pintan la piel (como lo puse en el post sobre Bad Gyal) o se inventan acentos para sonar caribeños (como lo dije en el post convenientemente latino) para calzar con el espíritu del reggaeton. Pero más allá de esos casos, creo que el reggeaton es para cruzar líneas, para zafarse, desligarse, perderse; es disfrute para todxs.
Legalize Dembow es como decir que legalicen la mota: no le quiero poner un puro en la boca a nadie, solo deseo que quiene sí lo quieren tengan condiciones mínimas para disfrutar en paz. Legalize Dembow es rescatar el origen del género en Jamaica, Panamá y luego Puerto Rico, ese sonido básico de tupá tupá que funcionó como masa madre para que comiera todo un continente y varias islas.
Legalize Dembow es mi forma de decir: honremos la historia del género y a las diosas del reggaeton que lo defendieron antes de que fuera cool; se trata de honrar a las bichotas que bailaron sin pena antes de que oyéramos la palabra bichota todos los días.
Cuando digo LEGALIZE DEMBOW es para querer que muchas personas compartan ese sentimiento de la fiesta, de sentirse invencible mientras uno baila rodeado de conocidos y desconocidos, ese sentimiento de no ser juzgado por disfrutar más de la cuenta. Legalicen el dembow, hoy y siempre.