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Mil cuatrocientos días sin Monte

'Solo el cambio es permanente' y Monte nos lo recordó con un chivo iguales partes diferente y familiar.

Por Carlox Soto

Regálenme cinco párrafos de su tiempo y les explico cómo llegamos aquí.

A finales del 2012 escribí un pequeño texto sobre un pequeño concierto. Se titulaba “300 días sin Monte”. Ahí explicaba que en la presentación de Monumentos ecuestres de Luis Chaves había conocido una nueva banda y que ese chivo me había cambiado la percepción de lo que entendía como música local. Usaban samples etéreos y no tenían bajista; eran solo dos tipos haciendo escándalo en el salón principal de un restaurante peruano en el barrio la California de San José. 300 días después de eso (en realidad como 297), me los topaba en Mundoloco en San Pedro, usando proyectores y una sábana para esconderse mientras sus siluetas sacudían el entonces pequeño venue. Quedé tan maravillado que tuve que escribir para darle sentido a todo. Esa era mi nueva banda emblema.

Ese día fuimos muy pocos al concierto. Franco, el baterista y Adrián, el cantante, guitarrista y letrista, salieron a la acera a repartir pines de la banda a la acera, así, de gratis, porque igual no había mucha gente que los comprara. El texto que escribí nunca fue publicado.

Luego pasó algo que aún no entiendo (pero siempre he tratado de decirle a la gente) pero Monte se volvió enorme, un nombre código y un símbolo para los chamacos que querían conectar con una banda nacional que no fuera Percance. Tal vez los chamacos que en el 2015 apenas conocían los pasillos de sus universidades empezaron a buscar a las bandas de las que oían rumores cuando eran menores de edad. Pero muchas ya estaban extintas. Entre el 2012 y el 2015 desaparecieron y reparecieron Niño Koi, Las Robertas, The Great Wilderness y Zópilot!, cuatro grupos muy influyentes en la escena de rock nacional. Yo no entendía cómo habíamos ganado y perdido bandas tan influyentes en tan poco tiempo, ni entendía cómo íbamos a poder reagrupar a la gente de la escena sin estas bandas.

Pero Monte persistió. Y la banda creció y creció hasta que cada uno de sus conciertos se volvió un evento imperdible. Y Franco se fue a España pero aún así nos regalaban un concierto al año, uno en el que sacábamos toda las ganas de llorar, de saltar y de cantar acumuladas desde la última vez. Y esos mismos chamacos seguidores de Monte empezaron a hacer música en español y no en inglés porque Monte cantaba en español y los Waldners también y Seka también. De pronto hacía más gracia ser de San José (como aquella vez que fuimos a verlos estrenar canciones en un charral en Barrio Otoya y nos dimos cuenta que todas eran hits). De pronto Monte agregó a un bajista, Pablo, y los puristas fruncimos el ceño… pero luego escuchando “Yuri entra al bardo” en El Steinvorth todo tuvo sentido.

En el 2020 Monte se planteó dar un concierto entre febrero y marzo. Para aprovechar la visita de Franco al continente, trazaron planes de tocar en otros festivales y extender la leyenda de la banda por el norte del continente. Pero ya sabemos qué pasó en el 2020. Amigos murieron, la música en vivo se acabó y las incertidumbres crecieron y crecieron junto con los pelos de las piernas. No había razones para ver hacia adelante más que para ver hacia atrás: “ojalá todo pudiera ser como fue en el ____”. El último concierto de Monte fue el 9 de febrero del 2019 y 1.442 días después pudimos reunirnos de nuevo. Así llegamos aquí.


Afeitando la espuma de mi piel…

Citando a Palola, el concierto del 21 de enero Monte fue como la reu de la generación de un cole, un grupo de personas que nos queremos montones y nos vimos durante muchos años en conciertos pero ya casi no nos topamos. Monte tiene esa capacidad de jalar a los que en el 2010 seguían en el colegio o en el vientre materno y a los más veteranos de la escena, a los que cuentan canas y a los que pedimos que la música suene más duro (porque ya tenemos los tímpanos tostados, seguro). Saludar a Franco después de 4 años de no vernos fue lindo, pero también pude notar en ambos un cansancio casi que existencial. Pasamos por mucho para llegar hasta aquí.

Igual, ellos siempre han sido lowkey, pensé. Hay algo en el modo de trabajar de Adrián, Franco y Pablo que les hace minimizar estos esfuerzos y sobre todo sus logros, querer tomarse todo con humildad y no dar nada por sentado, ni siquiera la fila de 200 metros que había afuera de Casa Rojas en barrio Escalante. Por más que Monte diga que no son una banda de culto, lamento informarles que sí lo son (e igual ninguna buena banda de culto lo admitirá). Luchar contra esa noción es como afeitar espuma o lo que sea que diga la canción que nos hace llorar.

La encarnación más reciente de Monte, con Pablo, Adrián y Franco, tiene a tres diseñadores gráficos en su alineación y los tres comparten algo más que un sentido de la estética avant garde: los anteojos.

Múltiples veces escuché a Franco decir después de un concierto que le gusta *escuchar* a la gente, porque rara vez los ve; agitar esa cabeza llena de colochos viene con sus consecuencias y quién sabe cuántos pares de anteojos habrá tenido que reponer porque el chivo simplemente estuvo muy bueno.

Pero en este concierto los anteojos de Franco nunca se cayeron y los de Adrián tampoco. Eso fue -para mí- una señal de que fue un chivo diferente.

Creo que nunca les había visto un chivo en el que no se sintieran como la mejor banda de todo el puto continente. No me malinterpreten. Iniciar con “Imperios”, “El descenso de Los Voladores” y “Yuri entra al bardo” fue casi exactamente como yo hubiera escrito el guión de esta película de reencuentro. Pero si antes Monte se sentía como un tren que nos pasaba por encima, ese sábado por la noche andaban más como un bus, llevándola tranqui, haciendo sus paradas.

En este espacio hemos hablado de cómo los conciertos se han vuelto muy intensos post-pandemia, pero no había experimentado la otra opción: que la pandemia haya golpeado emocionalmente a los seres humanos que amamos y que de fijo querían tocar música pero hay otras tareas en su camino y cosas en su mente. Hubo algunos chascos sonoros, momentos en los que se olvidaron de las letras y el awkwardness que viene con todo eso. Pero por suerte también hubo transiciones exquisitas y momentos que de los que nunca me quiero olvidar.

La mejor fotografía de este sentimiento agridulce fue cuando tocaron “Los templos del día”, una canción poética y melancólica en la que cantamos el “uuuh” del coro al unísono, justo antes de que nos sorprendiera el sample que suena antes de “Vapor”, otra hermosa pieza coral. Habiendo visto múltiples presentaciones de ambas canciones puedo decir que “Templos” tuvo una de sus mejores versiones, y “Vapor” una de las más desganadas, llena de errores que sacaron al público del ride; la gente paró de saltar y cantar de la confusión. No lo cuento con molestia ni lo pongo “en papel” para exponer a nadie, solo creo que hay que hacerle justicia a lo que vivimos ese día, lo bueno y lo malo.

Y aunque no estoy solo, siempre hay días en que me haces falta

Lo importante es que los lagrimales se mantuvieron bien abiertos. Participar en mi primer mosh pit en tres años fue genuinamente conmovedor. Flotar en ese mar de gente es de mis cosas favoritas y podría hacerlo escuchando Monte todas las semanas, por favor y gracias. Abrazar a amigos en medio de canciones o antes de gritar una línea particularmente dolorosa también fue catártico.

En medio de esos tumultos fue cuando me llegó la idea de usar las letras de “Ulises” como hilo conductor de esta crónica, esa canción que siempre subestimo y siempre me arrolla, la canción que escuché en aquel restaurante peruano y que me hizo entender y sentir lo que Monte tenía que ofrecernos. Esas experiencias colectivas son más grandes que el esnobismo musical que exhibí hace dos párrafos ¿Qué importa si no fue el chivo más rocksito de la historia? ¡Estamos aquí, estamos vivos!

Luego de “Ulises” solo me dieron más razones para estar tristefeliz (gran sentmiento). Tocaron “Cielo Aparente” que empezó con unos chirridos de guitarra increíbles e hicieron una transición perfecta a “Cuevas”, de nuevo apoyados por el sample. “Cuevas” es otro de esos rinconcitos en los que los seguidores de Monte nos sentamos a llorar, como Milhouse.

Después desempolvaron “Islas”, “Arrastra y truenos” y “Todas estas tumbas”, en la que Adrián reemplazó el solo de trompeta por los gritos de una guitarra en la que contenía toda la angustia de los cientos de personas presentes. En ese minuto y dos segundos me salió todo lo que tenía atravesado desde hace como 4 años.

Cuando ya estaba desarmado, me ganó de nuevo lo smartass y pensé “bueno, ya tocaron lo que tienen” y para mi suerte, Adrián me calló la boca nada más gritando “¡dele Franco!”. Tenía cuatro fucking años sin escuchar la intro de “San José” en vivo y se sintió tan eléctrico como la primera vez y como la segunda, como la tercera. Grité cada línea y me encantó ver cómo la gente seguía cantando el melisma (el “oh oh”) del coro aunque la canción ya se iba a terminar; Adrián, Pablo y Franco siguieron tocando para no matar el momento y eso me pareció precioso. Me sentí como en Aftersun cuando la chiquita le pregunta al papá si no se pueden quedar en esas vacaciones por siempre: queríamos quedarnos ahí cantando y hacer ese momento de euforia eterno.

Luego tiraron “Cuevas (Versión 2)” y dejé todo atrás (bueno, mi jacket y mi birra) para ir a meterme al moshpit. En medio de los empujones y saltos cerré los ojos y me sentí lleno, pichaceado pero contento, como creo que nos sentimos todos después de sobrevivir a todo lo que hemos sobrevivido.

Tal vez es como dice la canción:

LAS CONQUISTAS NO SON DE LOS QUE SE VAN

Y NOS VAMOS SIEMPRE (de culo por Monte)

Setlist Monte 21.1.2023

Imperios

El descenso de Los Voladores

Yuri entra al bardo

Miles de bestias

Ciudad blanca

Más que sangre

Piedad (pieza nueva)

Los templos del día

Vapor

El ojo derecho

Neón furioso

Tanger

Ulises

Cielo aparente

Cuevas

Islas

Arrastra Truenos

Todas estas tumbas

Cuevas (versión 2)


Mil gracias a Pablo Cambronero por las fotos para ilustrar este texto, tener mis ideas a la par de sus capturas es un sueño hecho realidad.