Saltar al contenido

Un entierro feliz para el Rock Fest

El Rock Fest nos dejó oportunidades para conectar con nuestros artistas ticos favoritos completamente eclipsadas por un mal sonido.

Por Carlox Soto

“Dame, dame, dame un entierro feliz”. Esta frase viene de una de las canciones solistas de Felipe Pérez, cantante de 424. El sonido de la canción es demasiado dulce considerando la temática.

“Que la muerte nos enfrente desnuda y sin corazón”, es una frase de la banda de punk SEKA, fundada hace más de 20 años.

“Todas estas tumbas” es el título de una canción de Monte, uno de los grupos costarricenses más influyentes y taquilleros de la última década. “I’ll Wear Black to My Own Vigil” es el título de una pieza de Magpie Jay, otra banda emblemática de la escena de rock actual.

¿Qué tienen en común todas estas canciones? La muerte como temática, sí. Pero lo que en realidad comparten es que ninguna fue interpretada en el Rock Fest 2022, una autoproclamada celebración del mejor rock costarricense.

El Rock Fest se enmarcó en una fiesta por los 25 años de su primera celebración en 1997 y convocaba a algunas de las bandas que fueron parte de aquel debut, Gandhi y El Parque (con su alineación original). Pero al mismo tiempo el Rock Fest se vendía como “EL evento” para las bandas ticas cuando no lo fue.

No solo por las ausencias señaladas, sino también por ciertas apariciones que por cuestiones de sonido o simplemente por no tener nada fresco que ofrecer, dejaron al festival atascado en una paradoja imposible: el festival viejo que se niega a renovarse pero no quiere soltar la bola y dejar que otros ayuden a redefinir -y darle una necesaria manita de pintura- al rock nacional.

¿Cómo celebrar el rock nacional ignorando todo lo bueno que este ha producido en los últimos 15 años?

El evento tuvo carencias evidentes que ojos y oídos no entrenados podían señalar con facilidad. Hubo mal sonido para muchas bandas. Pero muchas. No se respetó el tránsito entre localidades (es decir, la gente de general podía caminar por la zona vip, aunque la diferencia entre esos precios era de 10 mil colones). Y el lineup evidenciaba que la producción es presa de un desconecte terrible entre lo que está pasando verdaderamente en el rock y metal nacional.

Eso no quita que hubo buenos momentos. Que me reí, que hice amigxs, que canté canciones a gritos. Pero el balance es más negativo por las condiciones que se ofrecieron a las bandas y al público. Mi sugerencia: que la última edición del Rock Fest, realizada el pasado 14 mayo, sea precisamente eso: la última. La escena del rock nacional, el público y las bandas, se merecen algo mejor. El Rock Fest se merece un entierro feliz.

La cola del 2013

Muchos pensamos que la edición 2013 del Rock Fest fue la última. Aquella iba a realizarse en el Estadio Saprissa, pero el poco interés del público obligó a conformarse con un escenario menos honroso: el Palacio de los Rebotes en Heredia.

Esa edición incluyó a Niño Koi, 424, The Great Wilderness, Sonámbulo e incluso Patterns y Percance, dos grupos que podían fruncirle el ceño a los roqueros más dogmáticos. Pero fue un buen paso hacia la inclusión de bandas que eran relevantes en ese momento.

Sin embargo, la ejecución de aquel festival, por las condiciones del venue y los atrasos, fue horrible. El público que se aventuró a ver a The Movement in Codes o a Pato Barraza la pasó igual de mal. Ese día descubrí para qué sirven los tapones de los oídos.

El Rock Fest del 2013 no fue un éxito comercial ni artístico. Pero su fecha de realización, el 20 de abril, fue tomada como referencia para decretar el Día del Rock Nacional, sin que algún político le haya tomado cariño a fecha movida tan antojadiza. A los ojos de Ernesto Aducci, creador del Rock Fest y su principal productor, posiblemente eso fue un win, una forma de dejar un legado.

Aquel Rock Fest no fue un final honroso y por eso puedo entender que quisieran retomarlo. Ese deseo de la producción de celebrar 25 años del primer Rock Fest, aunado al boom de los conciertos post pandemia, era muy tentador. La creación de un libro del Rock Fest que contiene entrevistas con Aducci, realizado por Fo León (escritor y miembro de la producción de RF 2022) solo reforzó esa percepción (muy mía) de que había una preocupación por dejar un legado, otra huella. Ver a la entrada de Parque Viva un mural sobre el Rock Fest 2022 terminando de ser pintado, fue la explicación más literal de esa necesidad de dejar una marca.

La incorporación de una tarima de niños, la creación del libro sobre el origen del festival y las reuniones en el festival (50 al norte, Inconsciente Colectivo, Kadeho y El Parque con sus miembros originales) trataron de darle un tono de “estamos haciendo historia” al festival. Por un lado la comunicación del festival nos daba una orden: #oigarocktico. ¿Pero cuál rock? El de los años 90s, por supuesto. Por eso todos los veinteñeros que vi ahí estaban con entrada regalada.

El cartel

De entrada el lineup así nos lo decía: solo cuatro bandas invitadas habían iniciado su carrera artística después del último Rock Fest en el 2013. Es decir, no había bandas jóvenes aunque las opciones para incluir en el cartel sobraban.

Sí hubo inclusiones agradables como Bufonic y La Versión Extendida de las Cosas, pero los horarios a las 10 a.m., hizo que su participación quedara sepultada en un afiche que definitvamente priorizaba otras bandas.

Muchas de las que habían estado en el 2013 (424, Niño Koi*, Cocofunka) no volvieron. ¿Será por que la experiencia pasada las dejó espantadas? Otras que también ten´ñian todos los méritos para entrar al espacio, como Maldito Delorean, Monte y Magpie Jay, tampoco participaron.

La razón predominante entre muchas de las bandas que no estuvieron parte era la pobre oferta económica que les hizo el festival. El mercado defiende que el festival tenga derecho a ofrecerles $100-200 a bandas taquilleras y de calidad; pero la razón dicta que las bandas van a rechazar esa oferta. Es que es ofensivo. Con todos los amigos con que lo comenté llegamos a los mismo: no nos daba la mate de cómo un festival con tanto patrocinio no podía hacerle ofertas jugosas a las bandas que nos gustaría ver.

Comunicación

La comunicación de todo el Rock Fest fue menos que ideal. Por un lado veíamos vayas en carreteras del evento y por el otro, era imposible encontrar el cartel, los horarios y cualquier información relevante en Instagram. Había que ir a Facebook, donde ya nadie menor de 30 años va. ¿Pedir información por Instagram? Imposible. La cuenta solo se encargaba de repostear las giras de medios y eventos bonitos a los que músicos invitados al Rock Fest participaban.

Aún cuando le dieron cierto usa, parece que nunca entendieron que Instagram podría ser un aliado para atraer a una nueva generación. O bueno: hacer la inversión en bandas como Cocofunka y Las Robertas (que no son ni tan nuevas), Maldito Delorean, Camelolloide y otro montón que llenan sus conciertos y jalan gente joven.

No puedo evitar pensar en ese afiche con una mujer afro y ¿la basílica de Los Ángeles?como otro fallo de comunicación: quisieron usar esa imagen para transmitir frescura, vibras del trópico, pero terminaron haciendo un “island vibes” como las Kardashian. La desconexión con el contexto era muy evidente, pues entre las bandas participantes había nula representación afro. Valga decir que ilustración la produjeron artistas estadounidenses, seguro con una idea prejuiciosa de qué será Costa Rica. (y según esta explicación dada a La Teja el mural se supone que era un homenaje a la comunidad LGTBIQ cuando hubo muy baja representación de dicha comunidad)

El Rock Fest y su cartel fueron presentados -me dicen los que asistieron a esa primera conferencia de prensa- como “una reunión de amigos” y se sentía así por toda su comunicación. Tal vez así se decía hacia adentro, pero lo tramposo es que hacia afuera era promocionado en medios como un evento imperdible para el rock nacional o alguna variación de ello. Una fiesta de amigos puede darse el lujo de pagar a las bandas muy poco y tener mala comunicación. El “festival más importante de rock” del país no.

Bueno pero, ¿cómo estuvo?

Sí, perdón si estaban esperando una reseña más directa, pero creo que necesitaba explicar qué me tenía escéptico del Rock Fest desde antes de entrar a las puertas de Parque Viva. ¿Quiénes irán? ¿Cuántos irán? ¿Cómo acomodarán la tarima en el centro de eventos (bajo techo) para que no sea presa de los ecos y rebotes? ¿Cómo se van a acoplar las bandas en tan pocos minutos? (esto último saltó a la vista cuando vimos los horarios, iba a hacer una maratón).

Al mediodía, la combinación del sol fulminante de La Guácima y los potreros aledaños a Parque Viva despertaron un olor como a finca. Parque Viva es el mejor escenario para un concierto de este país, pero el problema del olor ha persistido desde antes de que llevara el nombre Parque Viva. Varios amigos que nunca habían ido estaban sorprendidos por el tufo, mientras que yo lo recibí como un sacrificio que había que hacer por usar el territorio.

Mi jornada empezó con la presentación de Ladrona, una banda estruendosa que nace de la resistencia queer, de las periferias territoriales y sociales de CR y conformada por voces feministas. ¿Se acuerdan cuando Habacuc llevó el sexo a la feria del sexo? Pues en mi opinión Ladrona llevó el Rock al Rock Fest, sobre todo recordando que entre todas las bandas que vi, fueron les úniques que criticaron al acosador que tenemos por presidente. Me conmovió montones ver a la cantante, Valex, gritando como si fuera el final del mundo y creo que mucha gente quedó enganchada con la propuesta gracias a esa presentación.

Fue muy interesante ver a Xpunkha tocar después a Ladrona, pues en algún momento estos veteranos de la escena fueron ese acto de resistencia y de confrontación al público. Hoy son una banda que sigue sonando fuerte, sí, pero cuyos mensajes no se han renovado (lo mismo con Mekatelyu, El Guato, Inconsciente Colectivo). La ironía de que Xpunkha estuviera hablando de “metérsela por el culo a los diputados” en un despliegue de hipermachismo no podía ser ignorada, sobre todo después de recibir los vibes anarcofeministas / brujacore de Ladrona. Era, al final, un festival dedicado al “rocanrol” y aunque el público era variado, el cartel era predominantemente masculino. Qué bueno que se incluyera a Ladrona, Nou Red y Adrenal, pero qué horarios más terribles les dieron. Igual no es como que iba a buscar lecciones de masculinidades sanas al Rock Fest. ✌🏼Sigamos.

El baile de la lluvia

The Great Wilderness era otra de las bandas que no quería perderme. Siento que los nervios le ganaron a los nuevos integrantes (baterista y bajista) y quizá por eso perdieron el hilo de algunas canciones. Pero en general me alegró ver a Jimena y a Paola (a quien entrevistamos en el podcast de LA NECEDAD) de vuelta en el escenario para tocar “Nicholas Cage” y “Kiddy Plane” e incluso estrenando nueva música.

El sonido en el galerón era todo lo opuesto al del escenario principal: muy bajo e irregular. En ese escenario escuché a Mekatelyu a todo volumen, a Pato Barraza dar un gran concierto con Inconsciente Colectivo y a Los Waldners y a Santos & Zurdo con problemas en varios instrumentos.

De la tarima niños no tengo comentarios pues no pude ver ningún show ahí. Llegamos tipo 2 p.m. para ver la presentación acústica de Los Waldners y no había nada. Solo una pequeña feria de merch que incluía..... pausa dramática... Camisas con la cara de José Capmany. Eventualmente el escenario infantil (no lo mencioné antes, pero los niños menores de 12 entraban gratis al Rock Fest) fue clausurado por lluvia poco después, sin que se comunicara de alguna forma.

Tras los eventos climáticos de Picnic, la organización del Rock Fest había duplicado esfuerzos para comentarnos que todos los escenarios estaba techados, pero el escenario del anfiteatro tiene el techo tan alto que es imposible detener el agua.

La lluvia espantó a la gente del escenario grande y eso sumado a la presencia de Pato en el escenario techado nos dejó con un llenazo, baños cerrados y pisos mojados, donde vi dos personas resbalarse en menos de cinco minutos. Para terminar de hacerla, en el centro de eventos no había basureros; el gentío obviamente dejó su huella en el piso. Fue una escena un poco caótica que me robó el buen sabor de haber disfrutado un par de bandas que realmente quería ver.

Antes de la presentación de Inconsciente Colectivo empecé a notar un patrón que se mantuvo durante el día: las bandas llegaban a probar sonido al escenario. Mientras sonaba algún canción en los parlantes del escenario Pilsen (en el Centro de Eventos) o un vinilo en el escenario Bansbach (en el anfiteatro), las guitarras, baterías y micrófonos probaban sonido, generando una competencia de ruidos bastante incómoda.

En Ciudad de México, por menos, a las bandas les gritan “¡a ensayar a la casa!” y con toda la razón. El público no tiene por qué oír eso y las bandas deberían tener las condiciones -garantizadas por el festival- para no tirarse al vacío. Durante el Rock Fest, a muchas de las bandas las presentó un animador tildándolas de leyendas: ¿qué tal tratarlas con esa mismo respeto?

Otra cosa que me dejó perplejo fue escuchar a Billy the Kid, o más bien, intentar escucharles. La batería estaba mal ecualizada, las secuencias no se oían (algo que también le ocurrió a Ladrona) y durante varios segmentos no se escucharon las guitarras. Lo mismo con Los Waldners. A pesar del mal sonido Eddy de Billy the Kid se juntó con el público y nos regaló un moshpit que muchos no habíamos visto en años.

Esa pareció ser la tónica del Rock Fest: memorias de comunión y oportunidades para conectar con nuestros artistas ticos favoritos completamente eclipsadas por un mal sonido.

Los de la casa

Con la noche llegaron más leyendas al escenario principal. Kadeho, Gandhi, Café Con Leche feat. Pedro Campany y 50 al norte. Para ese punto, en el escenario grande no había divisiones entre el vip y las graderías sino que todo era una mescolanza, quizá como debió ser desde un inicio. Eso, sumado a la presencia de grupos tan conocidos, hizo que hubiera muy buena energía para cerrar la noche.

Kadeho, lamentablemente, no vivió a las expectativas. Mechas salió al escenario desubicado y no logró terminar de conectar con la gente, que incluso tuvo dificultades de seguirlo en las canciones.

Gandhi fue todo lo contrario; desde el primer minuto se echó al público a la bolsa y cerró con un medley de canciones como “El Invisible” y “Quisieras”. Luego vinieron “Arigato”, “Lo que más dolió”, “Estréllame” y por supuesto “Seca Roja Reja”. Luis, el vocalista, no necesitó cantar los coros de ninguna de estas canciones: extenderle el micrófono al público era suficiente.

Algo parecido ocurrió con Pedro Capmany, quien obviamente le regaló al público sus versiones de “De la caña se hace el guaro” y “Los pollitos” y más adelante -después de escuchar otra prueba de sonido incómoda- El Parque arrancó con “Juana Escobar”, para eliminar cualquier sequía de cantar a todos los presentes.

Gracias por leer LA NECEDAD. Si quiere seguir recibiendo contenido como este (¡gratis!) suscríbase aquí

El gran cierre -en la tarima pequeña- fue con Nakury, quien se presentó junto a Barzo y rapeó, cantó, bailó e hizo todo lo que pudo para mantener al público animado. “Nakury sabe cómo work a crowd” fue lo único que pude poner en mis notas considerando el fiestón.

Al verla, no se imaginaría uno que minutos antes de salir al escenario Nakury fue víctima de una situación incómoda cuando una banda se negó a dejar el camerino y ella y su equipo debieron correr para encontrar donde maquillarse y alistarse. Me pareció muy valiente de parte de ella publicar el hecho en sus historia de IG y no dejarlo en anécdota: la falta de mujeres en la música empieza por este tipo de gestos en los que no se les trata como iguales. Esto no es solo un golpe emocional para Nakury si no para todas las personas que tienen miedo de entrar a ese club de hombres. Pero les aseguro que los que queremos ver otro festival con otras energías somos bastante igual.

El último Rock Fest

La reseña del festival Picnic la terminé con una reflexión casi lógica: al Picnic le hace falta competencia. Sería fácil decir lo mismo del Rock Fest aunque la competencia ya existe. Hay montones de bandas nacionales cobrando esos 12.000 o 15.000 colones para dar un buen espectáculo, y el Rock Fest vino a irrumpir en eso. Si podés pagar 15.000 y ver 10 bandas y no respetar las áreas diferenciadas, ¿para qué pagar conciertos del todo? Ese es un mensaje y un legado peligroso.

Al inicio del evento estaba convencido de que esta debía ser la muerte del Rock Fest. Esa perspectiva fue cambiando cuando vi a gente disfrutando, cantando con Pato, mosheando con Xpunkha o descubriendo talentos como Ladrona. Luego fueron horas de horas de escuchar bandas siendo tratadas como “pequeñas” y de mal sonido, de no cumplirle promesas básicas al público y volví a la conclusión: podemos vivir sin el Rock Fest. Yo no soy quién para privar a nadie de pasarla bien, pero creo que es hora de separar la paja del grano y establecer que hay mucha experiencia en la calle como para que las cosas salgan así de mal.

Si ese fue el último Rock Fest, pues que así sea. Si se va a realizar de nuevo, sugiero que sea algo que hagamos colectivamente cada diez años. Ojalá con una producción congruente con el contexto musical de San José y fuera de San José bien balanceado con las llamadas leyendas. Y luego pasar la página. Hacer un Rock Fest anual sería repetir y repetir la misma idea que ya no caló.

Escuchar a Pato decir “ya llegamos los políticamente incorrectos” después de que escucháramos a Ladrona y a Xpunkha fue inquietante. Solo había que observar los visuales de la banda con videos viejos donde salía la maestra de San Buenaventura y figuras de una Costa Rica que ya no existe, para saber que ya ese rock de los noventas no es incómodo, es el establishment. Y el evento se usó para reafirmarlo una y otra vez, sin dar espacios clave a artistas nuevos (o para igual ningunearlos como le pasó a Nakury, Billy the Kid, Ladrona, etc).

La autopercepcion de muchos músicos y del productor de este conciertos de lo que es Costa Rica y su rock está estancada en el tiempo. La percepción de la producción es que Rock Fest no debe ser cambiado ni interferido porque todo está bien, la gente la pasa bien. Pero falta investigar. Falta autocrítica, mucha. Y parte de eso es que nadie diga las cosas, muy a la tica.

Era extraño escuchar periodistas quejándose del sonido en el evento, pero no agregándolo en sus reseñas. Vivimos en el país de “todo está bien” y los 200 stories que subió el Rock Fest el sábado y el domingo solo reafirmaron eso: todo salió perfecto, no hay nada que cambiar. Difícilmente esa fue la realidad del evento.

Al Rock Fest no le hace falta competencia porque ya la tiene. Al Rock Fest 2022 le hizo falta autocrítica, bajarle dos rayitas al fetiche noventero. Hay que aprender de las cosas que realmente están sonando y aglomerando gente en Semana U y eventos similares. Hay que preguntar quiénes están haciendo cosas interesantes en la periferia. Hay que bajarle cuatro rayitas al orgullo. Las “nuevas generaciones” (tengo 30 años) se lo habríamos agradecido.